Saturday, December 7, 2013

Recordando a Nelson Mandela

La Columna del Domingo

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Netorivas

La primera vez que yo oí el nombre de Nelson Mandela fue en mi primera visita a África del Sur en 1953, donde estaba yo, becado por el Banco Central de Reserva. Esos eran los años del Apartheid, la política de segregación brutal de los blancos contra los negros, mulatos e indios.
En diciembre de 1961Nelson Mandela asumió el cargo de comandante en jefe del brazo militar del African National Congress, Spear of the Nation (Lanza de la Nación) y muchas personas –blancas, por supuesto—que conocí, acusaban a Mandela de ser “un terrorista comunista” que atentaba contra el gobierno. Mandela efectivamente, lucho a la par de millares de compatriotas africanos en el ANC, desde donde, el 5 de agosto de 1962, fue tomado prisionero y estuvo encarcelado durante los siguientes 27 años.
Lejos de silenciarlo, esos años encarcelado, sirvieron para fortalecer la imagen de Mandela. Solo le permitían recibir una carta cada seis meses, pero Robben Island, en Ciudad del Cabo, la prisión donde estaba confinado, se convirtió en el crisol que lo transformó. Por su inteligencia, simpatía y personalidad, eventualmente Mandela doblegó hasta los más severos oficiales de la prisión y asumió una posición de liderazgo sobre sus camaradas prisioneros.
Dos libros de Mandela, Conversaciones Conmigo Mismo (2010), y Long Walk to Freedom, una autobiografía publicada en 2008, descubren toda una vida. El primero contiene cuadernos de notas, borradores de cartas a jefes de Estado, calendarios, diarios y manuscritos en prisión, así como todo tipo de reflexiones hechas a lo largo de los últimos cincuenta años.
El 11 de febrero de 1990, Frederik de Klerk, presidente de Sud África, 1989-1994, puso en libertad a Mandela, y lo convirtió en su principal interlocutor para negociar el proceso de democratización. Ambos compartieron el Premio Nobel de la Paz en 1993. Un año más tarde Mandela fue electo el primer presidente negro de Sudáfrica, y mantuvo a de Klerk como vicepresidente.
Durante toda su vida, Mandela, se dedicó a luchar por el pueblo africano. Batalló contra la dominación blanca y también contra la dominación negra. Albergó el ideal de una sociedad libre y democrática en la que todas las personas convivirían en armonía y en igualdad de oportunidades. Ese fue su ideal.
A pesar de que a lo largo de su vida Nelson Mandela tuvo que soportar grandes penas, tres se destacan. Una experiencia demoledora fue la muerte, en julio de 1969, de Thembi, su hijo mayor, en un accidente de coche. “Además de mi hijo era mi amigo, y me dolió muchísimo, en realidad, no poder presentar mis respetos, mis últimos respetos ni a mi madre ni a mi hijo mayor”. Dijo Mandela, refiriéndose a que las autoridades no le permitieron asistir al funeral de su hijo.
En enero de 2005, su hijo Makgatho muere de Sida.
Años después, a unas horas del inicio de la Copa Mundial de Futbol, el 10 de junio de 2010, Zenani Mandela, de 13 años, nieta de Nelson Mandela murió en un accidente automotriz cuando regresaba de Soweto, donde había asistido al concierto de apertura del XIX Campeonato Mundial de Fútbol.
Mandela fue casado tres veces. Su primer matrimonio con Evelyn Ntoko Mase terminó en divorcio en 1957, después de 13 años. Su matrimonio de 38 años con Winnie Madikizela terminó en marzo de 1996. En su octogésimo cumpleaños, Mandela contrajo matrimonio con Graca Machel.
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En 1991, su segunda esposa Winnie (foto), fue acusada de promover el secuestro y la tortura de unos jóvenes negros, lo que provocó su marginación por parte del Congreso Nacional Africano. Se dice que incluso estranguló personalmente al médico de su familia, un anciano. Dos jovencitos que servían en la iglesia de un pastor cuya popularidad irritaba a la celosa activista, fueron torturados para que denunciaran falsamente el acoso sexual del religioso. La negativa les costó la vida
La mejor arma de Mandela era la palabra, a pesar que estuvo silenciado mientras guardó prisión durante 27 años. Durante el juicio por sabotaje, al que fue sometido en 1964, Mandela dijo en su defensa: “He atesorado el ideal de una democracia y una sociedad libre, en la que todas las personas vivan en armonía y con oportunidades iguales. Es un ideal por el que espero vivir y lograr. Pero si es necesario, es un ideal por el que estoy listo para morir”.
Treinta años después en su discurso de toma de posesión como presidente de África del Sur, Mandela dijo: “Hemos triunfado en el esfuerzo de implantar esperanza en el pecho de millones de nuestra gente. Hemos convenido que construiremos una sociedad en la cual todos los sudafricanos, tanto negros como blancos, podrán caminar con sus cabezas en alto, sin miedo en sus corazones, seguros de sus de sus derechos inalienables de dignidad humana – una nación arcoíris en paz consigo misma y con el mundo”.
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El buen humor siempre lo acompañó. “Mis jefes dicen que he tenido 27 años en prisión para haraganear; llegó la hora de ponerme al día”. O su mayor lamento: “Lo que más siento en la vida en no haber sido campeón mundial de box”. (En su juventud fue boxeador de peso pesado). Mandela sabía que la risa tenía el poder de desarmar aun a sus peores enemigos.
Nunca conocí, ni siquiera vi, personalmente a Nelson Mandela, pero un libro que un amigo me obsequió durante mi segunda visita a Sud África en 1980, invitado por el gobierno blanco P. W. Botha, Too Late the Phalarope de Alan Paton, me abrió los ojos a un mundo que no alcanzaba a comprender: el mundo de la segregación racial en su máxima expresión en África del Sur. El libro no trata de Nelson Mandela, pero desde entonces, me convertí en un fanático del hombre que cambiaría el mundo y de su filosofía.
San Salvador, domingo 8 de diciembre de 2013

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