Netorivas
“El 25 y 26 de diciembre de 1864, se dieron en Santa Tecla alegres y vistosas funciones públicas de volatín. “La Compañía se esmeró en complacer a sus espectadores por la variedad de las suertes y por la habilidad y destreza de su ejecución”.
“En la cuerda lució mucho sus admirables equilibrios uno de los artistas, dando muestras de que el baile sobre cuerda es susceptible de adelantos. En la parte gimnástica lució también la compañía sus habilidades; en una palabra, las dos funciones dejaron enteramente complacidos a los espectadores. Se exhibieron igualmente en la noche del 26 fuegos artificiales de mucho mérito: la pureza y variedad de los colores de las luces, la combinación de ellos y la circunstancia de haberse eliminado casi del todo los truenos y bombas, nos hacen comprender que el arte pirotécnico entre nosotros va progresando y poniéndose al nivel de la cultura que se desarrolla cada día”. Elocuente relato asentado en el acta de la municipalidad tecleña de su sesión celebrada el 29 de diciembre de ese año.
Pero a veces, la organización de las fiestas navideñas presentaba problemas. Por ejemplo, el 22 de noviembre de 1894, el gobernador informó que no había podido organizar las celebraciones de las próximas fiestas de Pascua, pues “las señoras Capitanas nombradas en los barrios se excusan con diferentes causas”. Por lo anterior propuso que “se celebre con el paseo de un carro, con alboradas y espectáculos públicos, pues sería muy mal visto que una ciudad con la cultura que ésta ha alcanzado no celebre su fiesta titular, por indiferencia y poco patriotismo”.
Esos problemas fueron superados y en nuestra época, a mediados de diciembre, los cohetes en la madrugada nos recordaban que las fiestas comenzaban con las entradas de las Capitanas de los diferentes barrios y duraban hasta la víspera de Año Nuevo. Los “conciertos bailables” en la alcaldía, (que estaba entonces donde hoy está el Palacio de la Cultura y el Arte) en los cuales, a escondidas de sus esposas o novias, participaban muchos caballeros y populares muchachas de la ciudad y de San Salvador que habían sido transportadas con el propósito específico de complacer el buen gusto de los tecleños. Seguramente fue en ellas que, Roque Dalton se inspiró para escribir su notable “Homenaje al ‘Nom de Guerre’”.
Prominente sede de alegres conciertos navideños era el Casino de Santa Tecla. Fundado apenas 39 años después de la ciudad, el tres de mayo de 1893 como Club Tecleño, fue testigo de grandes acontecimientos y en sus salones fueron homenajeados prominentes ciudadanos nacionales y extranjeros.
El Casino ofrecía conciertos casi todos los días de las fiestas, pero era el baile del 24 de diciembre el que atraía a gran cantidad de personas, muchas de ellas de la capital y de otras ciudades del interior del país. La fiesta se alegraba a media noche, luego de la “misa del gallo”, y en la madrugada la línea de la “Conga” se extendía hasta adentro del Parque San Martín. No siempre se bailó la “Conga” en los salones del Casino. En 1941, la Junta Directiva resolvió que ese baile era indecoroso, lo prohibió estrictamente y delegó al Dr. Manuel Porras para que se mantuviera vigilante en las fiestas y evitara que ejecutara y mucho menos bailara el escandaloso “un, dos, tres, ¡Conga!”.
Si el Casino fue el centro social por excelencia, donde tenían lugar los grandes bailes de etiqueta y de disfraces, el “Juvenil Tecleño” se fundó con el propósito de celebrar cualquier ocasión con un baile o una buena fiesta, y fue el primero en suprimir el síndrome de las “clases sociales” que había estigmatizado a la sociedad tecleña.
Sin duda, lo más esperado de las fiestas eran las carrozas. Las más lindas señoritas tecleñas se paseaban delante de las Capitanas (sobre todo de la bien recordada doña Conchita Guirola de Dubois, por siempre Capitana del Centro) para que vieran lo bonitas estaban y para que las sacaran en las carrozas, que eran tantas como barrios había en la ciudad. Las carrozas eran precedidas por “el cohetero”, presto a hacer estallar su ruidoso mensaje en las esquinas, los “viejos”, muchachos que cubrían sus caras con horrorosas máscaras, y seguidas por la banda regimental. A un costado marchaban los padres de las agraciadas que formaban el cortejo y sus novios o pretendientes que embelesados ovacionábamos a nuestras Dulcineas.
Juventud divino tesoro, te fuiste para no volver.
San Salvador, Diciembre 2002
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