25 de mayo, 2008
Estimado Mauricio:
Valoro como un privilegio el que me haya invitado, junto con mi buen amigo Dagoberto Gutiérrez, a su último programa de entrevistas en el Canal 21. Así concluyó una etapa de un periodismo televisivo que ha sido esencial para la transición democrática que está viviendo el país.
Recuerdo que al final le pedí un pequeño espacio para expresarle mis mejores deseos de éxito en la carrera política que estaba por iniciar, lamentando, eso sí, que los dos transitáramos por caminos distintos. Con una sonrisa que pocas veces le había observado en las decenas de entrevistas a las que me invitó, me respondió más o menos lo siguiente. “No se equivoque, licenciado, seguramente nos encontraremos más pronto de lo que se imagina.
Salí del canal con la sensación de que me despedía de alguien que tenía las credenciales para ser electo Presidente de El Salvador, pero el mismo tiempo me pregunté si estaría en capacidad de gobernar el país. No crea que al meditar sobre esto último sólo pensé en el papel que podrían jugar las estructuras tradicionales del poder real; también elaboré sobre los grados de libertad que tendría usted de parte del partido que lo llevaba como candidato. La verdad, estimado amigo, es que ninguno de estos actores me daba confianza. Es más, hoy les tengo menos, aunque en ningún caso usted sea el responsable.
El mensaje de independencia que quiso enviar desde el principio, de manera recurrente fue desdibujado por la línea ortodoxa de su partido, dando pábulo para que quienes detentan el poder económico se atrincheraran prematuramente, pero sin tener ellos mismos una opción distinta de que la que privilegiaba el Presidente Saca y su “grupo primario”, que tampoco terminan de aceptar. Consecuentemente, no tengo nada contra usted como tampoco contra don Rodrigo, a quien también aprecio. En realidad con ustedes “no hay nada personal” como dice la canción, pues ambos sólo son producto de las circunstancias.
Me explico. Casi todos los salvadoreños aspiramos a un futuro diferente; lo que no queremos es cualquier cambio a cualquier precio. La transformación que idealizamos debe darse en el marco de los espacios democráticos que empezamos a construir en 1982 y que se ampliaron con los Acuerdos de Chapultepec. Infortunadamente -debemos aceptarlo- en el camino nos perdimos y hoy no sabemos con certeza hacia donde vamos, no sólo porque no dimos los pasos correctos sino también porque dejamos que el tiempo nos rebasara. La historia, la dejamos de lado.
La extrema derecha puede seguir reivindicando que es la única capaz de garantizarle la viabilidad al país, algo que muchos dudan. Si fuera así, qué sentido tendría estar clamando por un cambio, a menos que también acepte que finalmente está dispuesta a poner la cuota que le corresponde para la transformación a que aspiramos todos. Pero hoy en día ellos tienen otro motivo para no ceder espacios, aunque ello no los libera de esa responsabilidad.
Ahora ya no sólo pueden aducir -algo que yo comparto- que su partido sigue cobijándose con el manto de un sistema totalitario fracasado. También tienen -o más bien tenemos- un motivo que causa ronchas a los verdaderos salvadoreños: las supuestas vinculaciones de miembros prominentes del FMLN con grupos armados y hasta con gobiernos considerados por las democracias occidentales como verdaderos terroristas y narco traficantes, que ya penetraron incluso nuestras instituciones. Y esto sí resulta intolerable.
Estimado amigo: las encuestas imparciales le dan una clara ventaja. Consecuentemente, resulta obligado preguntarle: ¿sería usted el gobernante al servicio de todos, o sólo respondería a consignas foráneas o de los mismos grupos irredentos locales? Si lo primero está descartado, el cambio siempre es posible: salir de las llamas, para caer en las brasas.
Atentamente
Juan Héctor Vidal
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