Alonso Castillo
Han pasado casi trece años desde que, en un sombrío amanecer de año nuevo, El Salvador se enfrentó a la dura realidad de un nuevo sistema monetario, gracias a la implementación de la “Ley de Integración Económica” o Bimonetarismo, aprobada abruptamente por la Asamblea Legislativa, en noviembre del año 2000.
De esa manera, y sin pensarlo dos veces, el dólar reemplazó al colón salvadoreño como moneda de curso legal, comenzando así el retiro gradual de todos los billetes de las distintas denominaciones, con los cuales el Banco Central de Reserva y todos los salvadoreños, por generaciones, habíamos realizado nuestras operaciones monetarias y cambiarias, desde su aprobación en octubre de 1892.
El año de los terremotos comenzó así con un verdadero tsunami que arrasó con el bolsillo del 90% de los salvadoreños. A iniciativa del ex-Ministro de Hacienda, Manuel Enrique Hinds, y con el beneplácito del entonces presidente de la República, Francisco Flores, el respaldo de la bancada parlamentaria del partido de gobierno, Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), y los amañados votos de los diputados del PCN; de la noche a la mañana nos cambiaron nuestra histórica moneda nacional, por otra totalmente ajena a nuestras raíces culturales e idiosincrasia.
En aquel momento se manejó la tesis de que la Dolarización de la economía era, “lo mejor para todos los salvadoreños”, pues de esa forma se evitaría caer en sucesivas devaluaciones o especulaciones de nuestra moneda, pues la economía del país seguía dando muestras de ser “muy inestable y volátil”.
Según los creadores del impopular proyecto, la Dolarización le venía a El Salvador como “anillo al dedo”. Y los beneficiarios del sorpresivo cambio de moneda seríamos, indiscutiblemente “todos”. Sin embargo, la verdad que siempre se ocultó es que la sustitución o eliminación del colón, respondía exclusivamente a los intereses financieros de quienes manejaban la banca, la industria, las importaciones y las exportaciones del país.
Obviamente, quienes forzaron la imposición del dólar en nuestro país, jamás les importó en lo más mínimo pasar por encima del bienestar y la tranquilidad de la inmensa mayoría de salvadoreños que, con el cambio de moneda, vieron seriamente afectada y disminuida su capacidad adquisitiva, pues con el redondeo, se encarecieron automáticamente los precios de la canasta básica, mientras se mantenían inamovibles los salarios en el sector público y privado.
Con la eliminación de nuestra histórica moneda, ahora todo se debía comprar y pagar al precio del dólar, pero con un salario que seguía siendo exactamente el mismo que se tenía antes de la Dolarización.
A juicio de prestigiados economistas y analistas financieros consultados, la Dolarización de nuestra economía se hizo de manera precipitada e improvisada, en un acelerado proceso que, con sus pésimos resultados, puso en evidencia las fallas técnicas de su conceptualización e implementación, y el costo extremadamente alto y oneroso del proceso.
Prueba de ello es que, al momento de aprobarse el decreto legislativo que le dio vida a la “Ley de Integración Económica”, El Salvador no cumplía el requisito de liquidez a nivel de reservas internacionales en oro, las cuales debían alcanzar un techo mínimo de $2,600.00 millones depositados en Suiza. La diferencia que hacía falta para llenar ese requisito eran $600.00 millones; es decir, casi la cuarta parte de su valor total.
Sin embargo, tan urgidos y desesperados estaban quienes veían la Dolarización como, “la panacea en materia económica”, que no dudaron en endeudar al país con los $600.00 millones que hacían falta. En el 2011, cuando se cumplió la primera década de la Dolarización, El Salvador aún adeudaba $400.00 millones de ese inaudito e injustificado préstamo.
Pero además de ese elevado costo financiero que incrementó caprichosamente nuestra deuda externa, con la Dolarización de la economía salvadoreña se cometió también, otro millonario despilfarro de nuestros impuestos.
Por coincidencia, al momento de dolarizar el país, el Banco Central de Reserva acababa de hacer una millonaria inversión, con la impresión de nuevos billetes en denominaciones de ¢500.00 y ¢200.00, los cuales jamás fueron puestos en circulación. Simplemente se unieron a los antiguos y descontinuados billetes que habían sido reemplazados por el dólar, como piezas de colección de un indignante e improvisado museo.
Recientemente, luego de una rigurosa y exhaustiva evaluación al desempeño macroeconómico que ha mostrado nuestro país, con su economía dolarizada avanzando ya en su tercer quinquenio; los expertos llegaron a la conclusión que, los resultados son definitivamente negativos y poco alentadores.
De hecho, la economía salvadoreña no ha experimentado mejoría alguna, en ninguno de los campos identificados como “potenciales beneficiarios del proceso de Dolarización”, como hipotética y pomposamente se había planteado.
Estadísticamente, y contrario a todo eso, el crecimiento económico de nuestro país y su competitividad, han estado muy por debajo del resto de países del área; y lo que es peor, con una marcada tendencia al decrecimiento. Situación que ha llevado a algunos a pensar en la posibilidad de revertir la Dolarización.
Ante esa perspectiva, el ex-presidente del Banco Central de Reserva, Carlos Acevedo, es de la opinión que: “El hecho que la dolarización no haya tenido efectos positivos no implica necesariamente que sea recomendable revertirla, entre otras cosas, por los previsibles efectos negativos asociados a la disrupción de contratos y a la incertidumbre nominal, tras décadas de fijación cambiaria y eliminación de la moneda nacional.”
O como lo expresara el reconocido economista Juan Héctor Vidal, en un artículo suyo publicado en La Prensa Gráfica, el 29 de septiembre de 2008: “La decisión aberrante que se cometió durante la administración Flores de dolarizar la economía, se convertiría en la estupidez más grande de cualquier gobierno que pretenda regresar al colón.” Haciendo énfasis especial en: “Los que andan con la peregrina idea de manosear el sistema monetario por el que optó ese gobierno, aunque fuera contra la voluntad ciudadana quieran, de llegar al poder, emular las prácticas autoritarias… bajo la prédica de que el dólar del imperio es el causante de todos nuestros males…”
De las opiniones de ambos profesionales podemos concluir que, quienes tomaron la errática decisión mercantilista de dolarizar nuestra economía, monetariamente le hicieron un daño irreversible al país.
Primero, porque aceleraron un cambio de moneda para el cual nuestro país y nuestra economía no estaban preparados. Prueba de ello es que la economía salvadoreña no termina de alzar vuelo. Segundo, porque ahora cualquier intento de revertir la Dolarización le traería al país, consecuencias nefastas propias de una catastrófica crisis financiera, que llevaría a El Salvador a una virtual bancarrota.
Un futuro macroeconómico demasiado incierto, si tomamos en cuenta nuestro magro crecimiento anual del 2%, y la constante insolvencia económica del gobierno para cumplir con sus compromisos, internos y externos.
Habiendo sido gobernados por sucesivas administraciones que toleraron y/o encubrieron la corrupción (fomentándola así indirectamente), y que además, permitieron y consintieron la evasión de impuestos; la Dolarización vino a ser la cereza en el pastel de una economía, que ha sido y sigue siendo, inescrupulosamente manoseada por políticos corruptos e influyentes sectores que únicamente velan por sus propios intereses, acentuando así la pobreza y la extrema pobreza en El Salvador, y el flujo de la inmigración ilegal hacia los EE.UU.
Como dijera sabiamente el presidente de la República Oriental del Uruguay, Don Pepe Mujica, en su más reciente y brillante discurso en la ONU:
“La pobreza de los pueblos, es el fruto de sus líderes y sus malas decisiones.”
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