Roberto Meza
El pasado viernes hizo 50 años.
El viernes 22 de noviembre de 1963, sucedió el magnicidio que terminó con la vida del Presidente más famoso de la era moderna de los Estados Unidos, la herida aún se encuentra abierta, y todavía no hemos podido saber quién pudo ultrajar a la humanidad con semejante salvajada.
Los que visitan la tristemente Plaza Dealey de Dallas, observan con extraña mezcla de emoción y aversión, el escenario que provocó la gran duda que sigue creciendo cada día más, porque la gran mayoría rechaza la historia oficial presentado por la Comisión Warren, que asegura que la persona que acabó con la vida del Presidente Kennedy fue Lee Harvey Oswald.
Todo mundo rechaza la versión con la que la Administración Johnson cerró, con rapidez inusitada, la investigación del asesinato, ya que según comentarios recientes del actual Jefe de la Diplomacia Norteamericana, John Kerry desde la muerte de Kennedy, se han escrito más de 2.000 libros sobre el asesinato, muchísimos de los cuales sostienen la existencia de varias teorías conspiratorias. Nadie que recién entonces estuviera acabando el bachillerato y hoy ya está jubilado, olvidará dónde estaba y qué estaba haciendo cuando a primera hora de la noche la noticia llegó a El Salvador. Recuerdo cómo fue que me enteré: Iba camino al trabajo cuando era todavía estudiante, escuchando música en la radio, cuando sorpresivamente interrumpieron para pasar la noticia. Durante las siguientes 48 horas la incipiente televisión, en blanco y negro, fue el refugio de ciudadanos de todo el mundo. Eran otros tiempos, era otro mundo.
Según las estadísticas sólo un 36% en los Estados Unidos creen las conclusiones de la Comisión Warren. Si bien es cierto que el tiempo ha ido rebajando el número de quienes ven una mano conspiratoria tras el asesinato, también es una realidad que esos porcentajes siguen siendo muy altos. En el 2001, un 81% de la población consideraba que no se sabía toda la verdad y apostaba por la conspiración, según un sondeo de Prensa Asociada. En el 2003, era un 75%, según la Gallup.
Hoy en día el porcentaje supera el 60%, de nuevo según AP y solo un 36% dijo cree a la Comisión Warren y sus conclusiones. El número de teorías nos puede marear al intentar bucear en ellas:la mafia; la CIA; millonarios de extrema derecha; el complejo militar-industrial temeroso de que Kennedy se saliera de Vietnam y que pusiera fin a la guerra fría; los magnates del petróleo temerosos a los impuestos de los que entonces estaban exentos; Fidel Castro y sus propios enemigos; la Unión Soviética; e incluso Lyndon Johnson, el vicepresidente de Kennedy y el hombre que juró el cargo junto al féretro del cadáver del mandatario, que según se lee en la teoría conspiratoria temía ser apartado de cara a las presidenciales de 1964 y optó por la vía expeditiva para llegar a la Casa Blanca.
A la Agencia Central de Inteligencia (CIA,) se le atribuyeron varios asesinatos políticos de alto nivel de los años sesenta, Kennedy es uno de ellos. Otra teoría asegura que Lee Harvey Oswald era agente del espionaje norteamericano según aseguró la madre de Oswald, al que la agencia utilizó y entregó en bandeja de plata como chivo expiatorio del crimen político.
El periodista Jerome Mead acusa a los soviéticos del crimen. Mead hace referencia al famoso hombre del paraguas, ese sujeto que se ve en algunas instantáneas de la época y que incomprensiblemente,portaba un paraguas abierto a pesar del día muy soleado. “Eran tiempos de la guerra fría”, explica el joven periodista de tan solo 27 años y casi nacido cuando ya no teníamos el Muro de Berlín. Según cuenta, el dirigente soviético Nikita Kruschev no perdonó a Kennedy haber tenido que dar marcha atrás por la crisis de los Misiles en Cuba y puso precio a su cabeza. “El paraguas era una señal”, dice, misterioso. Y por supuesto, también está la prueba irrefutable que Oswald abandonó EE UU para vivir en la URSS, donde conoció a su mujer y madre de sus dos hijas, Marina, y de donde volvió convertido en “un traidor comunista”, apunta Mead. “Quién sabe lo que pasó en la época en que Oswald vivió entre los Rusos. Y se pregunta ¿Cómo un marine del Ejército de EE UU pudo traicionar así a su país?”
Los periodistas saben que el momento es importante. Pues esta semana tendrán la atención de los medios de comunicación y Dallas conmemorará, por primera vez desde el aniversario de la muerte de Kennedy. “¿Quién sabe?”, dice Scheiber, “puede que no haya que esperar otros 50 años para conocer la verdad”, asegura al añadir que el resto de los archivos clasificados del caso Kennedy deberían ser accesibles al público en el 2017 y entonces dar a conocer la verdad.
De Kennedy a Obama.- El medio siglo transcurrido entre la presidencia truncada de JFK y el incierto rumbo de Barack Obama en su segundo mandato, con la deriva de Estados Unidos en declive, nos transmite cambios pero también algunas líneas de continuidad, tanto en el poder en Washington como entre los dos Presidentes. Ambos emergieron como líderes simbólicos y portadores de una esperanza de transformación profunda de EE UU. El asesinato de Kennedy abortó su presidencia y debemos cuestionar lo que pudo haber sido su segundo mandato. En el caso de Obama, por diferentes motivos, muchas de sus promesas permanecen incumplidas. Los historiadores todavía no han dado su veredicto definitivo sobre la breve presidencia de JFK. Ni siquiera se atreve a hacerlo la directora del New York Times, Jill Abramson, quien en un largo artículo reciente le llama el presidente “escurridizo”. La periodista se pregunta si fue un gran presidente, un temerario y encantador o, todavía peor, el primero de nuestras celebridades en jefe.
Eisenhower, el presidente al que había sucedido Kennedy, se despidió en enero de 1961 y sorprendió, pues era un militar de alto rango y además héroe de la II Segunda Guerra Mundial, en con un discurso en el que advirtió crípticamente contra el peligro para la democracia del creciente poder e influencia del complejo militar-industrial y su desbordamiento en la política.
Cincuenta años después, el mundo asiste atónito al derrame de otro Estado dentro del Estado. El leviatán representado por el espionaje masivo facilitado por tecnología de punta monopolizada por los Estados Unidos, que le permite el control mundial de internet y la supresión de la privacidad, con la espuria coartada de una guerra sin fin contra el terrorismo y la no declarada de mantener su supremacía económica, comercial y política. Otro poder no elegido, el complejo económico-financiero de Wall Street, ya estaba presente en la época de Kennedy y ha cobrado mucho más peso como gobernante de la política. La puerta giratoria entre Wall Street y la Casa Blanca funciona también con Obama.
Cincuenta años después, cabe preguntarse ¿Qué puede hacer realmente el Presidente, incluso gozando de una mayoría electoral clara? El presidente propone y el Congreso dispone. En 1960 fue posible elegir a un presidente católico, el primero, y muy joven; Kennedy, quien murió muy joven con tan solo 47 años sin superar el problema de la discriminación racial, que resolvió legalmente con la aprobación de la Ley de Derechos Civiles su sucesor, Lyndon B. Johnson.
Medio siglo después, los estadounidenses llevaron a la Casa Blanca, construida por esclavos negros, a un presidente afroamericano. Sin embargo, todavía hay color en EE UU aunque casi se haya cumplido el sueño de Martin Luther King. Solo un racismo residual puede explicar el profundo odio que suscitan Obama y sus políticas, por el miedo de una parte no desdeñable de la todavía, por poco, mayoría blanca anglosajona que ve como progresivamente se le escapa el control del país.
De un mundo bipolar, en blanco y negro, con un enemigo único, el comunismo, hemos pasado a otro multicolor y mestizo. Estados Unidos, debilitado por la crisis económica y fiscal, ya no es la superpotencia indiscutida, ni supone el ejemplo moral a seguir. Hace pocos amigos y pierde algunos que lo eran. No podemos asumir que el resto del mundo está a nuestro favor, admite Richard Haas, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, al que algún día estuve afiliado.
La relación trasatlántica, que era clave en los años 60, cuando Kennedy se atrevía a decir en Berlín: “Yo soy un berlinés”, ahora se difumina. Obama, el primer Presidente del Pacífico, quien todavía no ha visitado Bruselas. No es extraño que la agencia oficial china Xinhua cuestione que “quizás sea el momento adecuado para que este planeta aturdido comience a considerar construir un mundo desamericanizado”.
Notas: NYT, El País, Time
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