Oswaldo Henríquez Watson
Escuché el discurso que pronunció el Presidente Mauricio Funes en el edificio de las Naciones Unidas, quien hizo énfasis en manifestar que las maras salvadoreñas, no eran más que pandillas juveniles.
Los cuerpos de seguridad de los Estados Unidos y de El Salvador, así como también la sufrida población salvadoreña y el sentido común, las tienen clasificadas como estructuras delictivas y criminales.
Funes enojado como siempre, muy peculiar en él, banalizó tales apreciaciones, calificándolas mal.
El Presidente trivializó el mal, le quitó irracionalmente su peligrosidad manifiesta. No es lo mismo pertenecer a una pandilla juvenil que a las pandillas gansteriles de las Maras.
La frase: “la banalidad del mal”, no es nueva, fue acuñada antes por Hannah Arendt, teórica política judía-alemana, en su libro: “Eichmann en Jerusalén.”
En la actualidad, esta frase es utilizada para describir el mal como algo que no nace del individuo, sino de las circunstancias.
Se parece también a la costumbre de trivializar las faltas cometidas por los políticos, al advertir los de turno, que los gobernantes anteriores las cometieron igual y que nadie les dijo nada, justifican lo injustificable y banalizan el mal.
Eichmann no tenía absolutamente ningún motivo para hacer lo que hizo, si él no hubiera estado ahí en ese momento, otro lo hubiese hecho igual o peor que él, afirman los que odian a los judíos. Fueron las circunstancias las que provocaron su comportamiento, así como se premia a un policía cuando por defender a su jefe político mata a su agresor.
¿Cómo un tipo ordinario pudo convertirse en uno de los mayores criminales de su época?
¡Eichmann, obedecía las órdenes de sus superiores, argumentaron sus defensores!
Fue un hombre irreflexivo y continuaron respaldándolo, justificaron su comportamiento minimizando lo que hizo y banalizando el mal.
Lo mismo sucedió con Fortín y Munguía, en menor escala, ellos no son responsables que ANDA no tenga dinero para cumplir con sus compromisos. Son las circunstancias, no tienen ninguna culpabilidad, son anodinos, sombras proyectadas sin culpa alguna y hay que justificarlos.
Cuando uno ha perdido el rumbo y se encuentra confundido, muestra asombro, sobre todo cuando Rita, Lito y OHW dijeron: “pero no me violaron”.
La frase en sí, oculta la impotencia y eso es perjudicial para una sociedad, sobre todo cuando la implanta una organización política que mereció creerle cuando cacareó su emblemático cambio.
Me impresiona lo que escribió Imre Kertész nacido en Hungría, ganador del premio Nobel de Literatura en 2002 y que se lo concedieron los académicos: “Por una redacción que confirma la experiencia frágil del individuo contra la arbitrariedad bárbara de la Historia.”
La obra cumbre que lo destaca se intitula: “SIN DESTINO”, que retrata la historia de año y medio de la vida, de un adolescente judío, en diversos campos de concentración nazi.
En esta novela, los personajes no tienen nombres propios, los designa el autor igual que lo hizo antes Kafka con sobrenombres, con “nickname”, los humanos desdibujados se identifican por su carácter o su ocupación.
El anonimato presentado en su escrito diluye a las personas, los judíos fueron exterminados como ratas en los campos de concentración.
No fueron considerados como seres humanos, tenían un código tatuado que los identificaba, después de muertos sirvieron para extraerles sus rellenos de oro para beneficio de los alemanes que pertenecían a una “raza superior”.
¡Hasta donde llega la insensibilidad humana!
La narración es descarnada, magra, reacia a ponderar la terrible tragedia que sufrieron los personajes. Sobria en la descripción de esa historia narrada desde la perspectiva de un cuentista que no se percata de la magnitud de su sufrimiento y que irónicamente y desde afuera, como un espectador, nos presenta a esa realidad como familiar, sumergiendo al lector en una narración pueril y banal.
La historia estremece por la cercanía de la maldad que se respira en el ambiente diario, algo sofocante que pende como una perversidad preconcebida y Kertész la banaliza tanto que damos gracias los lectores porque pudo ser peor.
La violación física, espiritual, mental, el resentimiento y el trato inhumano burlándose de todo, no alcanzan a conmover al autor y lo trasciende.
¿Era y no era judío Imre Kertész? El mismo afirmaba que no sabía lo que rezaban los judíos, porque desconocía el hebreo, sin embargo, su proximidad con la muerte inmediata estaba enmarcada por su ascendencia judía.
Esa incongruencia lo condujo a afirmar. “Al fin y al cabo uno tiene derecho a saber por qué lo odian.” Es muy difícil, afirmaba, ver la sabiduría del Padre Eterno entre tanta calamidad y sufrimiento y los religiosos judíos lo consolaban diciéndole “que algún día llegaría su victoria y sufrirán los que se hayan olvidado de su poder y lo invocaran arrastrándose en el polvo.”
“Me di cuenta, decía, que hasta en Auschwitz uno puede aburrirse en el supuesto de ser de los privilegiados que se lo puedan permitir y añade que el aburrimiento y la espera son las impresiones que mejor definen, al menos para él, la situación en Auschwitz.”
“Lo principal es no abandonarse; algo siempre pasará porque nunca ha pasado algo que no pasará, afirmación llena de sabiduría que él había aprendido en el campo de trabajo.”
El sueño profundo y reparador lo hacía olvidar todo: la verdad es que aquellos fueron días dorados, dice Imre con una prosa simple completamente opuesta a la ampulosidad de “Madame Bovary” escrita por Gustave Flaubert.
Imre, magistralmente escribe una historia, en que la gravedad la trivializa y por el contrario la narración de Flaubert estriba en que una historia banal (al mejor estilo de Corín Tellado escritora de la revista Vanidades), la convirtió en una tragedia shakesperiana.
Leamos lo que dice Imre:” La comitiva de los húngaros del campo, por mucho que escucharan, siempre hablaban de lo mismo, la libertad, pero no decían una palabra de la sopa. Yo estaba muy contento de que fuéramos libres, pero no podía evitar pensar que el día anterior no había ocurrido nada por el estilo pero teníamos sopa.”
“A mí me gustaba una canción en especial: No, no, no nos moverán, no sabría muy bien por qué y además me gustaba entonar esta letra: Somos el ejército de los jóvenes proletarios, después de lo cual había que gritar ¡Frente Rojo!, y los alemanes cerraban sus puertas y ventanas.”
Después y mucho después, los mismos pero más viejos, derribaron el “Muro de Berlín” fruto de la estupidez humana que repite sus errores hasta el infinito.
Lo impresionante del escrito, en su narración, es que se encadena a lo que vivimos diariamente todos, expresando lo mismo que dicen sus personajes:
“Ahora resulta que vamos a ser nosotros los culpables, nosotros que realmente somos las víctimas, entonces yo traté de explicarle, dice Imre, que no se trataba de culpas, que solo había que reconocer las cosas y que no podía tragarme la píldora amarga de que yo hubiere sido sólo, simple y puramente inocente.”
Lo descarnado y objetivo del texto profundiza nuestras conciencias cuando nos damos cuenta que somos nosotros los que definimos con el voto quienes serán los que nos representarán en la sociedad, supuestamente para unirnos y no para separarnos, y en esa definición, desgraciadamente, somos responsables y culpables, nunca inocentes.
Remata Imre Kertész: “Allí residía el meollo de la cuestión: Allí estaba yo, aceptando cualquier argumento con tal de poder seguir viviendo.”
Cuando se enfila la percepción a la propaganda política y observa sus estrategias manipuladoras, uno se da cuenta con facilidad que se encuentra al máximo de las vanidades, repletas de promesas mentirosas, con esperanzas inverosímiles rayando en la utopía y que tienen el descaro de endilgárnoslas los políticos.
Kertész tiene razón: Aceptamos cualquier argumento con tal de seguir viviendo, inclusive asombrados admitimos lo que el Presidente venezolano Maduro instituyó, al enunciar la creación del Viceministerio para: “La Suprema Felicidad Social del Pueblo.”
Banalizamos el mal, viviendo en medio de las estupideces aceptándolas y por eso somos culpables y más...
Continuará…
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