Carlos Abraham Rodríguez
Mencionaba en un artículo anterior el discurso del candidato a la Presidencia por el Partido Demócrata, el Senador John F. Kennedy en Houston, Texas, frente a una asociación de ministros Protestantes (foto) sobre el tema de su religión. Siendo solamente el segundo candidato a Presidente de los EEUU de religión católica nominado por un partido mayoritario en toda la historia de ese país, Kennedy debía de vencer un fuerte sentimiento anti-católico en el electorado estadounidense, si quería ser electo Presidente ese año.
Fundamental en el discurso de sus detractores era el argumento que Kennedy, siendo católico y Presidente, estaría sujeto a las riendas del Santo Padre en Roma y de los obispos estadounidenses. Sería el Papa quien definiera cada una de las acciones que el Presidente de los EEUU tomaría en sus cuatro años de gobierno, lo cual llevaría a la “herejía” de que una nación que luchó por su independencia de la tiranía del monarca inglés, caería, menos de dos siglos más tarde en una peor tiranía – la de un monarca religioso.
Esa tarde del 12 de septiembre de 1960, el candidato Kennedy pasó la prueba, se podría decir “con honores”. Menos de dos meses después, Kennedy ganaba una de las más cerradas elecciones en la historia de los EEUU frente a Richard Nixon. No hay forma de aseverar que el discurso en Houston fuera decisorio, pero sí contribuyó significativamente al abrir el apoyo de un influyente sector de protestantes que de otra manera hubieran luchado por impedir tener un Presidente de la religión católica.
Sin embargo, la importancia del discurso en cuestión radica más en el efecto que tuvo y continúa teniendo sobre un buen número de políticos católicos aún más de cincuenta años más tarde: entre ellos, Ted Kennedy (QEPD), Geraldine Ferraro (QEPD), Mario Cuomo, Rudy Giuliani, John Kerry, Joe Biden, Nancy Pelosi, Kathleen Sebelius, Mario Cuomo Jr. Y la influencia de la visión planteada esa tarde no se limita a los políticos católicos sino a muchos de los líderes actuales de los EEUU y cómo ellos perciben el tema de la separación entre Iglesia y Estado como una cuestión absolutista.
El punto esencial que planteó Kennedy fue el siguiente: “Creo en un Presidente cuyos puntos de vista religiosos son su asunto privado, ni impuestos por él a la nación, ni impuestos [a él] por la nación como condición de ocupar ese cargo.”
La frase anterior resume la interpretación de Kennedy sobre la separación entre Iglesia y Estado, uno de los principios fundamentales plasmados en la Constitución de la federación de los Estados Unidos de América. Según lo planteado por Kennedy, no debe de haber intersección entre Estado e Iglesia; puedo creer en Dios o no, pero eso solamente es de mi incumbencia.
Unos párrafos antes, introducía Kennedy el mismo punto de forma más extensa: “Creo en unos [Estados Unidos de] América en donde la separación de Iglesia y Estado sea absoluta, en donde ningún prelado católico dirá al Presidente (si éste fuera católico) cómo actuar y, donde ningún ministro protestante dirá a sus feligreses por quién votar; donde ninguna iglesia o escuela parroquial reciba ningún fondo público o preferencia política; y en donde a ningún hombre se le niegue un puesto público simplemente porque su religión difiera de la del Presidente que pudiera designarlo o del pueblo que pudiera elegirlo.”
Al fondo del planteamiento de Kennedy, sin embargo, existen falsas dualidades: 1) Un católico (y en general, aún los cristianos no católicos) deben de obedecer a sus prelados o ministros en cuestiones de conciencia O, estar en oposición de lo planteado por su religión [Kennedy lista los más importantes álgidos temas morales del momento: control de la natalidad, divorcio, censura y juegos de azar; está claro que el aborto no era un tema en discusión en ese momento]; 2) la separación entre Iglesia y Estado debe de ser absoluta O, se tendrá un Estado confesional.
No hay lugar para terceras o cuartas opciones en este planteamiento, ni para tintes grises. Ciertamente, los fundadores de los EEUU se hubieran sorprendido y hubieran atacado una posición tan radical.
El tema de separación Iglesia-Estado requiere de un tratamiento más extenso que el que este espacio permite, pero el pensamiento dualista (blanco/negro) persiste en nuestros días, aun cuando los que lo practican se sienten modernos, sofisticados y de avanzada.
Baste decir que un candidato a Presidente (o a cualquier puesto público) tiene el deber de formar adecuadamente su conciencia antes de aceptar una responsabilidad de dirección política o social para ser capaz de decidir moralmente en pro del bien común. Y cuando es electo o designado, no puede poner bajo llave su conciencia o mandar de vacaciones sus creencias religiosas, incluso si éstas no fueran políticamente correctas. Por ejemplo, si el candidato considera fundamental la defensa del derecho a la vida, defenderá éste aun a costo que las encuestas reflejen oposición por parte de una minoría con voz fuerte.
Los EEUU llegaron a ser un modelo de Estado y una potencia económica mundial pocas décadas después de haber sido establecidos como país, no por una prohibición absoluta de la religión en las esferas de poder del Estado, sino precisamente por la libertad de confesión que permitía el modelo estadounidense aún a sus funcionarios, evitando al mismo tiempo declararse el Estado al servicio de una iglesia en particular.
Mientras Europa se desgastaba utilizando sus energías y recursos en guerras interconfesionales, los EEUU se encargaban de educar moralmente a su clase media y baja, incrementando así las probabilidades de su éxito económico. Desde su fundación, el lema de los EEUU fue “In God We Trust”. Muchos quieren ahora eliminar a Dios de la ecuación, aduciendo que debe haber una mal entendida separación de la confesión de fe y la participación en la cosa pública.
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