Roberto Meza
El empuje de las empresas latinoamericanas, sociedades anónimas, sindicatos, universidades, gremios profesionales y periodistas, confirma que más allá de las ideologías, su presencia es cada vez mayor y más influyente en los medios.
Dice el Profesor Jesús Manuel Gracia (El Secretario de Cooperación Internacional) en El País de España, que si se introduce en Google el término “Asociación Latinoamericana” aparecen más de 3.millones de entradas.
Es un ejemplo bastante ingenuo, pero muy gráfico de la importancia de lo latinoamericano de ahora. Existe una realidad que subyace a la formulación política de la comunidad latinoamericana que desde 1991 hemos construido sobre el esquema de las Cumbres latinoamericanas y de la Conferencia iberoamericana.
Pero los datos anteriores no desdicen la realidad iberoamericana, sólo indican que dicha realidad no se agota en sí misma. Como reza el título de este artículo, Latinoamérica existe, y, España, forma parte de ella. Hemos desarrollado unas relaciones bilaterales intensivas con los países latinoamericanos que no tienen parangón con ningún otro.
A los componentes tradicionales de nuestras relaciones se unen los nuevos flujos migratorios, en ambos sentidos, que dan un carácter y una profundidad antes desconocida a esos vínculos.
Más de un millón y medio de latinoamericanos residen legalmente en España, a los que hay que añadir más de 500,000 que han adquirido la nacionalidad española por residencia. Por otro lado, más de la mitad de los españoles que viven en el exterior, residen en un país latinoamericano (más de un millón).
El stock de inversiones de España en América Latina asciende a unos 130,000 millones de euros y supone más del 12% del PIB de España. Sí, Latinoamérica existe. Una Latinoamérica que se impone en su diversidad de facetas pero en cuyo fondo late una expresión de identidad común, que tiene sus mejores manifestaciones en un espacio cultural compartido, sobre cuya base caminamos para hacer comunes otros espacios: el del conocimiento, la educación, la ciencia y la innovación tecnológica.
Pero, además, esa realidad tiene, queramos o no, una traducción política. Y esa dimensión, que en ningún caso pretende competir ni suplantar a América Latina y a sus mecanismos de articulación política, fue la que permitió que en su día Cuba, que no participaba en ningún foro regional, pudiera hacerlo entre los pares de su región. Y es esa dimensión política la que hoy nos obliga a articular un mecanismo renovado en el que necesariamente el formato y el contenido de las Cumbres deben ser revisados porque ya no se ajustan a estas nuevas realidades. Precisamente para eso se han aprobado algunas medidas en Panamá que incluyen la bienalidad, la alternancia con las cumbres UE-CELAC y el mandato a la SEGIB para una mayor coordinación con la UE, por un lado, y con la CELAC, por otro; un reparto más equilibrado de la carga financiera entre la península ibérica y América Latina; la integración de los diferentes organismos latinoamericanos bajo la batuta de la SEGIB y la sustitución de las pesadas declaraciones por un documento más ágil que refleje los contenidos de las discusiones entre los Jefes de Estado.
El éxito o el fracaso de la Cumbre se mide siempre en función del número de asistentes. Ello obvia unas realidades innegables como que todos los países asisten y están representados en la Cumbre y que las Cumbres son un hito más de un proceso intenso de reuniones ministeriales, foros y seminarios que van ampliando y consolidando el acervo iberoamericano.
En la próxima Cumbre de Veracruz se pondrán en práctica las reformas adoptadas y se aprobarán otras nuevas que agilicen el formato de las Cumbres, concentren los esfuerzos de la SEGIB y de la Conferencia Iberoamericana en los temas ya identificados en Panamá, se adecue en consecuencia la estructura orgánica de la SEGIB, se integren los diferentes organismos latinoamericanos y, en definitiva, consigamos un mecanismo más atractivo y acorde con los nuevos tiempos, respondiendo así a la necesidad de actualizar el marco jurídico y político de la realidad iberoamericana.
Decepciones en la Cumbre de Panamá
Panamá ha confirmado la decadencia de las Cumbres Iberoamericanas inauguradas en 1991. Prueba palmaria de ello es que la única decisión de calado acordada por los mandatarios de los 22 países participantes haya sido la de espaciar las reuniones para convertirlas en bienales, de manera que se alternen con las citas de la UE y América Latina.
España es, probablemente, el país más interesado en reforzar la cooperación con Latinoamérica frente a la competencia de otros espacios que se muestran más atractivos para América, como el del Pacífico. Las razones del fiasco de la XXIII Cumbre Iberoamericana celebrada en Panamá son diversas y, sin duda, la crisis que castiga a España ha ejercido una influencia determinante. El empuje de España, el más importante financiador de los encuentros, está en olas bajas y la mitad de los mandatarios ha dado la espalda a su última edición, con las notables ausencias de la brasileña Dilma Rousseff o el chileno Sebastián Piñera. Sin embargo, este foro tan importante, del que hay que destacar los contactos bilaterales y los exitosos encuentros empresariales que acoge, lleva demasiados años languideciendo.
Como dice con razón Enrique Iglesias, secretario general saliente de Iberoamérica, España cometería un error histórico si no valorara su relación con Latinoamérica. Estas cumbres son una oportunidad única para España y Portugal. Sería imperdonable que murieran por inanición. El nivel de intercambio comercial y de inversiones es demasiado elevado como para descuidar una relación que resulta vital para las empresas y los ciudadanos de ambos lados del Atlántico. Por eso, no conviene dejarse arrastrar por el derrotismo. Hay que extraer lecciones de lo sucedido en Panamá e iniciar el trabajo para revitalizar estas citas.
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